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sábado, 15 de enero de 2011

15/E: LOS COSTOS DEL DESÓRDEN FINANCIERO ESTADOUNIDENSE.

Se ha desvirtuado la naturaleza meritocrática
que siempre caracterizó al “sueño americano”.

La fiebre del consumismo llegó a tal punto que los consumidores compran todo al crédito sin tener medios para repagar.


Un 60% de los estadounidenses
está convencido
de que su país está en decadencia,
según una encuesta
comentada por el politólogo
de Harvard Joseph S. Nye en
la más reciente edición de
“Foreign Policy”, que se titula
justamente “Decadencia
americana: esta vez es real”.
Algunas páginas más
adelante, el profesor de política
internacional de la Universidad
de Tufts Daniel W.
Drezner alude a otra encuesta
según la cual un 44% de
la población de EE.UU. cree
que China es “la potencia
económica líder del mundo”,
frente a un 27% que
mencionó a su propio país.
¿Hemos llegado finalmente
al mundo post-EE.
UU. del cual suele hablar el
editor de “Newsweek International”,
Fareed Zakaria?
La fotografía del momento
descarta tal hipótesis. Es
verdad, China destronó el
año pasado a Japón como la
segunda economía global,
pero su PBI (US$5 billones)
todavía está muy lejos
del PBI estadounidense
(US$14 billones), y la diferencia
es más evidente aun
si se compara per cápita. Sin
embargo, en las tierras del
Tío Sam atemorizan presagios
–probablemente exagerados–
como el del Nobel de
Economía 1993, Robert Fogel,
quien prevé un PBI chino
de hasta US$123 billones
en el 2040.
Pero mal harían los estadounidenses
en pensar
que la principal amenaza a
su hegemonía global viene
de afuera. Según George
Friedman, el fundador de la
consultora privada de inteligencia
Stratfor, el verdadero
reinado unipolar de EE.UU.
no se consolidó sino hasta la
caída del Muro de Berlín,
recién en las postrimerías
del siglo pasado. En los años
subsiguientes, China siguió
creciendo a un ritmo espectacular,
pero EE.UU. fue indulgente
con su propio mercado,
al cual por momentos
creyó autárquico, y, con la
autosuficiencia típica de
quien se siente omnipotente,
dio rienda suelta a una serie
de inconductas que finalmente
desembocaron en la
actual crisis económica. Es
decir, el aguafiestas fue educado
(o engreído) en casa.
La era deL despiLfarro
“Los estadounidenses deben
culparse a sí mismos
por el estado de su economía.
Consumieron montones de
cosas que no querían o no
podían pagar. El capital barato
proveniente de fuera y las
hipotecas fáciles impulsaron
hábitos de consumo voraces
[…] Si algo socava el futuro
económico de EE.UU., es la
creencia de que sus residentes
tienen derecho a más de
lo que pueden pagar”, sentenció
The Economist” en
noviembre pasado.
EE.UU. se ha convertido
en un “bufet gigante de
barra libre” que ofrece “calorías,
crédito, sexo, intoxicantes”
y otras invitaciones
al exceso, explica el columnista
conservador de “The
Washington Post” George
Will, parafraseando lo dicho
por Daniel Akst en su
libro “We Have Met de Enemy:
Self-Control in an Age
of Excess”. Como nunca, el
nivel de promiscuidad en el
consumo es tal, dice Akst,
que “estamos perdiendo la
guerra contra nosotros mismos”
y consintiendo comportamientos
que terminan
autoinflingiendo daños no
solo a la salud personal de
los estadounidenses, sino
también a la salud financiera
del país, como ha hecho
patente la actual crisis.
Will agrega que este estilo
de vida tiene un efecto parecido
al del alcohol: desinhibe.
Los hippies en los sesenta
equipararon la moderación
con la represión y luego la inflación
en los setenta motivó
la postergación de la gratificación
económica. Pero hoy
el capitalismo tiene un desorden
bipolar, a decir de Will,
pues demanda trabajadores
disciplinados y, a la vez, compradores
compulsivos.
Y este desbande, por
cierto, se ha trasladado a la
situación macroeconómica
del país. Después de estar
tanto tiempo mirándose a
sí mismo, EE.UU. ha perdido
el norte y ha visto caer su
competitividad en un contexto
en que la globalización
le exige estar en su mejor
forma. Así, la Oficina de Presupuesto
del Congreso calcula
que en diez años el déficit
federal alcanzará el 90%
del PBI. Según explican el ex
secretario del Tesoro Robert
C. Altman y el presidente del
Consejo sobre Relaciones
Exteriores, Richard Haass,
en un reciente artículo en
“Foreign Affairs”, EE.UU.
nunca ha estado tan endeudado
como ahora, excepto
por la Segunda Guerra
Mundial.
El resultado de ello, señalan,
será “una era de austeridad
que tendrá profundas
consecuencias no solo en
los estándares de vida en
EE.UU. sino en su política
internacional”. Aquí conviene
aclarar que esto no es fundamentalmente
una consecuencia
de las “guerras
preventivas” en las que se
ha enfrascado EE.UU., que
justifican solo entre 10% y
15% de su déficit anual, sino
del “despilfarro en casa que
amenaza el poder y la seguridad
estadounidenses”.
para nunca oLvidar
El denominado sueño americano,
que forma parte del
ethos estadounidense y que
es tan admirado en otros rincones
del planeta (incluido
este columnista), define a la
libertad como una promesa
de alcanzar la prosperidad
y el éxito a partir del esfuerzo
personal y la igualdad de
oportunidades.
Pues bien, EE.UU. nunca
ha sido un país tan desigual
como hoy y la libertad
nunca se ha parecido tanto al
libertinaje. En algún punto
de su historia, los estadounidenses
se volvieron infieles
a sus principios y olvidaron
que la libertad juega en pared
con la responsabilidad.
Es momento de que vuelvan
a leer a Ayn Rand y recuerden
lo que les costó llegar a
donde están. Solo así mantendrán
no solo el poderío
económico sino la autoridad
moral de la que se jactan

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